Escribir, una forma de sanar, honrar y trascender

Creo que escribir sobre nosotros mismos no es un acto de ego, sino de valentía, pues nos obliga a detenernos, mirar hacia adentro, y poner en palabras lo que fuimos, lo que somos y lo que hemos perdido. Cuando mi padre escribió Crisol, la biografía de mi abuelo Eladio Navarro Perezandi, a quien jamás conocí porque murió 36 años antes de que yo naciera, no imaginé lo transformador que sería editarlo.

A través de esas páginas entendí mejor a mi familia, comprendí rasgos de mi personalidad, llené huecos de identidad y encontré un nuevo arraigo: ese libro no solo honró a un hombre, sino que me ayudó a entenderme a mí misma.

Hay historias que no nacen para ser bestsellers ni para llenar auditorios, que brotan del corazón con la delicadeza de una cicatriz que ha cerrado y que, al tocarla, nos recuerda que hemos vivido: las que escribimos sobre nuestra infancia, nuestra familia, nuestros abuelos, o sobre ese pueblo donde dimos los primeros pasos.

Hay historias que no buscan la fama, sino el sentido; que transforman, que acompañan, que ayudan a ver con otros ojos el pasado. Estas no se escriben tanto para otros como para nosotros mismos; para entender, para perdonar, para no olvidar.

 

Por qué contar la historia de tu familia, de tu pueblo, de ti

Primero, para sanar heridas emocionales, pues escribir permite ordenar emociones, reinterpretar eventos dolorosos y mirar el pasado con nuevos ojos. Es una forma de hacer las paces con lo vivido.

También para fortalecer vínculos, porque los libros familiares crean puentes entre generaciones. Nietos que conocen a sus abuelos, hijos que entienden mejor a sus padres, hermanos que reconstruyen recuerdos comunes. Cada página puede ser un acto de reconciliación.

Incluso para preservar mejor la memoria. Muchas veces, la historia de una familia o de un pueblo se pierde cuando mueren sus protagonistas. Escribir es una forma de salvaguardar ese patrimonio, de dejar testimonio para los que vienen detrás.

También para encontrar sentido y orgullo, pues, al escribir sobre nuestros orígenes, descubrimos la fuerza de quienes nos antecedieron. Lo que parecía cotidiano cobra un valor profundo. Nuestro pueblo deja de ser un punto en el mapa y se convierte en una raíz.

 

Un acto íntimo que vale la pena

Escribir no siempre es fácil: a veces duele, a veces confunde; pero también revela, y muchas veces, libera. No se necesita ser escritor profesional ni tener una historia espectacular: es suficiente querer entenderse, recordar con cariño o dejar algo para quienes amamos.

Contar nuestra historia —la verdadera, la que llevamos dentro— puede dar sentido a muchas otras cosas; puede ayudar a los nuestros a entendernos mejor, a comprender de dónde venimos y por qué somos como somos.

Vivimos rodeados de contenidos efímeros, pero un texto escrito con el corazón tiene la capacidad de perdurar. Escribir sobre nosotros mismos, sobre quienes amamos o sobre el lugar que nos formó, es una forma de decir “yo estuve aquí”, y de ofrecer a otros las claves para entenderse mejor.

A veces, escribir no es solo para contar, sino para profundizar en nuestro conocimiento, para sanar, para agradecer, y, sobre todo, para trascender.

 

Si lo estás considerando, hazlo

Si alguna vez has sentido que deberías escribir sobre tu vida, sobre alguien que ya no está o sobre ese lugar que extrañas, hazlo; aunque solo lo lean tus hijos o lo guardes en una caja. La escritura tiene su propio valor, aunque no se convierta en libro.

Y si algún día decides que tu historia merece tomar forma y compartirse, aquí estaremos, con respeto y compromiso, para ayudarte a darle voz. Tenemos un sello editorial, EXEDRA, que se especializa en narrativas personales.

 

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